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El Libro de los Santos.
El libro de los Santos recoge la tradición cristiana a través de las vidas más ejemplares. Culto, recogimiento, oración y dedicación a los demás fue el alma de fe para centenar de santos que presentamos en esta pequeña joya sagrada, imprescindible en la biblioteca de cualquier persona, que expone la biografía de cada uno de ellos, acompañada de una oración dedicada a él, una imagen clásica del mismo y con el patronazgo y el día de su efectividad dentro del culto católico.
PRESENTACIÓN.
La historia de la Iglesia es, en gran medida, la de aquellos hombres y mujeres que abrazaron su fe con heroísmo, convirtiéndose en ejemplo de aquello que predicó Jesucristo. Por ello, la vida de los santos es para todos un modelo a seguir, ya que su historia señala a cualquier persona, sea o no cristiana, el camino que lleva hacia la coherencia y la paz interior; al altruismo y a la bondad, a encontrar en el prójimo a un hermano y a sacrificarse y luchar por aquello en lo que se cree. Para San Pablo, ser santo era alcanzar la plena madurez, la completa realización, y a ello cabría añadir la felicidad, porque lo que les espera tras esta vida es la bienaventuranza eterna. Para los cristianos, el conocimiento de lo que han hecho los santos en su paso por la Tierra cobra mayor importancia porque es la fe y el amor a Dios lo que ha dado sentido a sus vidas y lo que subyace tras la gigantesca fuerza moral y valor de quienes hoy están en los altares. La profunda creencia en Dios y en la Palabra divina es lo que les ha impulsado a aceptar a muchos de ellos un inmerecido martirio, un sufrimiento inenarrable que han sabido afrontar con entereza entendiendo que, tras las alegrías y penurias de esta vida, espera al alma una existencia eterna y plena de gozo junto al Señor.
En los primeros siglos del cristianismo, los santos eran proclamados por el pueblo y así se les rendía culto y se les consideraba intercesores ante Dios o ante la Virgen. Más tarde, fueron los obispos quienes designaron como santos a las personas de su diócesis que hubieran dado pruebas excepcionales de las virtudes cristianas y les adjudicaban un día de fiesta.
A finales del siglo X, el sistema cambió por completo; la canonización de una persona se convirtió en un proceso minuciosamente analizado por clérigos competentes. El primer hombre que fue canonizado de este modo fue Ulrico de Augsburgo y la primera mujer, santa Wiborada. En el año 1234, la iglesia decidió que la canonización era un derecho exclusivo del papado. El 2 de enero de 1588, el papa Sixto V creó la Sagrada Congregación de los Ritos, institución destinada a regular el ejercicio del culto divino y de estudiar la vida y obra de quienes habían sido postulados para la beatificación y posterior canonización.
Por medio de la Constitución Apostólica Sacra Rituum Congregatio, del 8 de mayo de 1969, el papa Pablo VI dividió la Congregación de los Ritos dando con ello lugar a dos congregaciones diferentes: una destinada a lo que atañe al culto divino y la otra, a la Causa de los Santos. La beatificación de una persona requiere, además de la vida ejemplar que pudo haber tenido, la realización de un milagro. Sin embargo, este requisito no es indispensable en caso de que haya padecido el martirio. Tras la beatificación, se espera otro milagro que se atribuye a la intercesión del beato ante Dios. Si éste se cumple, puede procederse al proceso de canonización que le convertirá en santo.
En este libro se relatan los hechos sobresalientes de personas que, como el patriarca Abraham, no son exactamente santos, porque no han sido canonizados al haber nacido antes de la era cristiana. No obstante, sí han sido modelo para su pueblo y para toda la cristiandad, porque han observado fielmente la ley de Dios. Los primeros santos son los doce apóstoles, ya que son los que primero siguieron las enseñanzas de Jesús.
En esta obra se ha intentado mostrar la mayor variedad de opciones posibles que llevan a la santidad con el objeto de hacer constar que, para alcanzarla, no es condición imprescindible el dedicar la vida a Dios en un monasterio ni hacerse sacerdote. Son muchos los seglares que están merecidamente en los altares porque han vivido en la fe y el amor de Dios y porque hay constancia de que han producido milagros. Se muestran también algunos santos de vida disoluta en sus comienzos a los que Dios y la Iglesia siempre tuvieron las puertas abiertas como pecadores arrepentidos, ya que nunca es tarde para iniciar la senda que nos lleva a la santidad. Hay santos que no llevaron una vida de ascetismo o de estrecheces, como algunos reyes y reinas que tuvieron una vida mucho más acomodada, pero que hoy están en los altares por haber elegido el camino correcto sin abandonar su posición.
Habiendo producido milagros y siendo intercesores especialmente válidos ante el Señor, muchos de los santos extienden su manto protector sobre diferentes profesiones, sobre distintas ciudades o países o sobre quienes viven situaciones especialmente dolorosas, como puede ser el caso de una grave enfermedad. En cada uno de los que se presentan en este libro se muestra el día dedicado a su fiesta, el patronazgo que la tradición o la Iglesia le han adjudicado, así como la oración u oraciones creadas con el fin de que los fieles les invoquen o les rindan culto, además de una pequeña biografía que pretende difundir el ejemplo de hombres y mujeres que han alcanzado la santidad para que, a través de su lectura, puedan encontrarse claves que permitan un acercamiento a Dios y una consolidación de la fe.